Iorana korua! (hola a todos en idioma Rapa Nui)
Con las primeras luces del día llegábamos al principal fondeadero de Isla de Pascua, situado frente al único pueblo, Hanga Roa.
No fue sencillo localizar la pequeña zona donde hay algo de arena y la profundidad es razonable para echar el ancla, pero lo conseguimos. Es un lugar peligroso, dado que está muy abierto y expuesto al mar de fondo que casi permanentemente viene del Sudoeste, hay que estar permanentemente atento a la meteorología, para asegurar el barco o cambiar el fondeo en caso de ser necesario.
La primera impresión de la isla fue una mezcla entre amenazante, por la enorme rompiente que se aprecia a lo largo de casi toda su costa, y preciosa, más verde, de formas más suaves a lo que imaginábamos.
Según nuestra información, para bajar a tierra con la auxiliar había que meterse entre dos rompientes frente a la pequeña caleta de pescadores que constituye el único abrigo. Una cosa es leerlo y otra ver como inmensas olas rompían y barrían toda la zona, haciendo las delicias de numerosos surfistas. ¿Por ahí hay que meterse? No lo teníamos nada claro, así que hicimos un primer viaje de inspección para comprobar si éramos capaces de superar los enormes tubos. Analizando la situación vimos que calculando los trenes de olas teníamos una pequeña ventana para entrar y salir, eso sí, al más mínimo error nos podría la lancha por sombrero.
Los minutos de emoción en cada trayecto de ida o vuelta a costa han sido una constante en nuestra estancia, incluidos alguna buena remojada, una vez que se nos paró el motor a mitad y tuvimos que salir a remo (del susto creo que habríamos batido el record de velocidad en piragua), otra que nos equivocamos de zona y casi acabamos sobre las rocas, y las nocturnas, en las que apenas se veían las olas y nos teníamos que guiar más de nuestro instinto que de las sombras en el horizonte.
En la caleta nos esperaba Andy, un amigo que vive allí, nos acompañó a realizar las gestiones con las autoridades y nos dio una pequeña vuelta introductoria por Rapa Nui (como ellos la denominan), también Te Pito (el ombligo de la tierra) o Te Henua (el lugar más alejado de cualquier otro lugar poblado del planeta). Una que me gusta mucho es Mata Ki Te Rangi (los ojos que miran al cielo), el lugar donde vientos y estrellas orientan la existencia.
Pascua es la cima de una gran montaña de unos 3.000 metros de altura sumergida en el mar, casi triangular, con un antiguo volcán en cada uno de sus vértices, su máxima dimensión es de unos 25 Km, un poco más grande que Formentera (Islas Baleares).
La isla tiene una energía especial, además de su exuberancia natural, transpira tradición y ritos ancestrales, autenticidad y orgullo del pasado, no en vano ha sido cuna de una cultura milenaria que no tuvo contactos exteriores hasta 1.722.
Afortunadamente hemos podido coincidir con la Tapati (semana) Rapa Nui, en la que dos candidatas, con la ayuda de sus familias y adeptos, compiten por el reinado de la isla durante un año. Numerosas pruebas, fundamentalmente deportivas y artísticas, les hacen obtener puntos, además de mostrar la belleza y espectacularidad de su fiesta más importante.
El día en que llegamos se celebraba la Haka Pei, una prueba de valor en la que los participantes se deslizan por una colina sobre dos troncos de plátanos unidos por varas de madera, gana el que recorre mayor distancia.
No hay medios de transporte en Pascua, así que alquilamos unas bicicletas para llegar hasta el cerro Pu’i (Maunga Pu’i), a unos 15 Km de distancia, media hora según nos dijeron, pero en realidad más de hora y media pedaleando cuesta arriba, llegamos agotados.
El espectáculo que vimos, sencillamente impresionante, creo que toda la isla estaba allí, muchos ataviados con su vestimenta (o más bien todo lo contrario) típica. La pendiente de la colina es de 45º, alcanzan velocidades de hasta 100 Km/hora, sin posibilidad de frenar, «pa matarse…»
Al llegar abajo, los competidores saltaban, danzaban y adoptaban amenazantes poses tribales, el resto corría a abrazarlos y vitorearlos, no me extraña, tras la elevada dosis de adrenalina generada.
Me agradó comprobar la apertura y voluntad de integración hacia la gente de fuera, por ejemplo, durante la actividad estaba previsto un curanto (carne, pescado y tubérculos asados a las brasas, todo enterrado bajo tierra), pues bien, la comida era para todo el mundo, independientemente de su procedencia, no se hacen distinciones, y esto lo hemos podido detectar en otros momentos de las fiestas.
Una vez finalizado el Haka Pei volvimos a Hanga Roa, esta vez más cómodos y a velocidades de vértigo, ¿extasiados después de contemplar a los Rapa Nui? No sé, más bien porque era cuesta abajo.
Por la noche aprovechamos para cenar en la ciudad y dar una vuelta, vivir un poco su ambiente. Tampoco duramos mucho, estábamos agotados del día y de la travesía, la víspera apenas dormimos.
El día siguiente lo tomamos de relax y descanso, nos levantamos tarde, aprovechando para dormir de un tirón sin tener que hacer guardias. También hicimos algunas gestiones y reparaciones necesarias, con un barco nunca se acaba, además de buscar una conexión internet que funcionara, tarea muy frustrante, únicamente hay 3 lugares disponibles, con una velocidad realmente baja. La isla no tiene cable submarino, todas las comunicaciones van vía satélite, y eso supone una limitación importante.
A pesar de ello he conseguido subir fotografías y algún video, para los que no lo han hecho os recomiendo visitar los apartados correspondientes (podéis acceder a ellos a través de los vínculos situados en la parte derecha de www.aventuraoceanica.es), podréis contemplar imágenes de Chile, de la travesía o de la propia Isla de Pascua y el Tapati.
En siguientes reportes son sigo contando cosas de este mágico lugar.
Sed felices.
Kike