Estos días en la Bahía de Camamu han sido ciertamente relajados. El ritmo de vida en el barco se ha adaptado al entorno y a la situación de estar fondeados en un lugar tan tranquilo. Nuestras actividades fundamentales: dormir y descansar, leer, escuchar música, hacer deporte, baños, sol, excursiones a las islas y aldeas, cocina y agradables tertulias. A pesar de ello también hemos dedicado algunas horas a las interminables tareas de mantenimiento del barco: secado de sentinas, desmontaje y puesta a punto de corredera, limpieza de algas y caracolillo adherido al casco, hasta he realizado un nuevo intento para solucionar el problema de la electrónica, que el tiempo dirá si ha sido efectivo.
Ayer bajamos de nuevo a la aldea de Campinho, frente a la que estamos fondeados, buscando algo de pescado fresco. Lo que vimos no nos gustó (llisas y algún pargo rojo muy pequeño) así que seguimos recorriendo la costa interior de la bahía dirección sur. Llegamos a otra pequeña aldea (más que la anterior), que ya conocíamos del otro día (aunque desconocemos su nombre porque no viene en la cartografía), unos pescadores nos ofrecieron del que tenían para ellos, no estaba mal, así que compramos un mero y 3 sargos medianos y algunos más pequeños para caldo. Mientras estábamos allí me llamó la atención el trabajo que realizaban dos mujeres, con gran habilidad y paciencia sacaban la carne comestible de cangrejos cocidos en un enorme balde, una auténtica tarea de chinos destinada con toda seguridad a la muqueca que se toma en los restaurantes de las ciudades. Continuamos navegando hacia el sur, pasamos por unas playas desiertas preciosas, con cocoteros hasta su borde, hasta llegar a una nueva aldea, ésta con aspecto más modernizado, de hecho había una pequeña tienda tipo ultramarinos, donde pudimos comprar algunas provisiones. Por el camino nos cruzamos con dos pequeños botes que avanzaban a buena velocidad con una gran vela latina, curiosa la diferencia con las jangadas que se encuentran más al norte.