Durante la madrugada del día 15 arribábamos a la costa de Sal, la isla del archipiélago de Cabo Verde situada en su extremo Noreste. Ante la oscuridad de la noche, y los posibles errores en la cartografía, decidimos fondear para esperar la luz del día en la bahía de Mordeira, amplia y bien abrigada de los vientos predominantes. Después de más de 15 días de navegación, con guardias cada 4 horas, poder dormir algunas horas seguidas fue un auténtico lujo, hay veces que uno no necesita mucho para sentirse bien.
Por la mañana, el paisaje que nos envolvía me dejó estupefacto, la isla es una superficie plana, yerma, estéril… Únicamente algunos montículos piramidales, con formas suavizadas por la erosión y de apenas unos centenares de metros de altura, destacan sobre la llanura desértica. Al igual que el color azul se impone en el agua, el marrón lo hace en tierra, apenas se es capaz de distinguir algún matorral verde que rompa con el predominio de la roca volcánica, que en ausencia de precipitaciones, la vida no logró conquistar.
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