Días 833 y 834 (25 y 26/2/2012): Ducie o el paraíso perdido…

Hoy no os voy a hablar de navegación, el tramo desde el último reporte hasta llegar al atolón consistió fundamentalmente en frenar el barco para llegar el domingo al amanecer.

Desde el principio, la isla parecía muy celosa de su intimidad, se resistía a facilitar una aproximación a ella, como si quisiera reservar sus tesoros naturales a unos pocos elegidos, tanto tiempo sola… Con las primeras luces del alba distinguíamos su silueta, con gran pesar nos dimos cuenta que la cartografía no coincidía con la realidad ni por asomo, y ya no sólo en ubicación, si no lo que es más grave, en orientación, es decir, mejor no mirarla, no servía de nada y únicamente nos confundía.

Todos en cubierta nos desgastábamos la vista tratando de detectar rocas, bajos o el inicio del arrecife. Inicialmente parecía inexpugnable, rompientes por todos lados, aunque parezca increíble, las olas convergían de cualquier punto hacia ella.

Sin cartografía, en una isla sin fondeaderos conocidos, sin posibilidad de acceso al lagoon interior y rodeada por rompientes, parecía misión imposible. Pero ya sabéis que no somos de los que se rinden fácilmente, ante la adversidad, templanza…

La estrategia fue simple, comenzamos a rodear el atolón a una distancia prudencial, buscando el sotavento y una zona a resguardo de la ola más significativa (la de viento), una vez seleccionada la zona, ya buscaríamos como fondear.

Con un poco de paciencia la localizamos, frente al norte de la isla y al abrigo de un arrecife existía una especie de remanso, una zona más tranquila, ahí nos dirigiríamos. Poco a poco nos aproximamos, sin dejar de mirar el fondo para detectar rocas o cabezas de coral, hasta que la profundidad se situó en torno a los 10 metros, largamos ancla. Para garantizar la seguridad pasamos una cincha por una roca enorme del fondo, unida por una cabo al barco, a la vez que exploramos todo el radio de borneo, y estaba libre, misión cumplida.

Desde el primer momento que sumergimos la cabeza en las cristalinas aguas quedamos hipnotizados por la explosión de vida y de color en su fondo marino. Paisaje interminable de coral, peces de todo tipo se acercaban hasta rodearnos, con el descaro del que no conoce la amenaza de la presencia humana, la belleza convertida en visión subacuática. No tardamos mucho en descubrir varios tiburones, jaquetones de puntas negras, en torno a un metro de longitud, no parecían agresivos, aunque si curiosos de nuestra presencia, por si acaso no los perdíamos de vista, aunque eso no impidió que continuáramos buceando.

Hemos buceado en muchos sitios espectaculares, pero las aguas de Ducie nos han sorprendido, la variedad, los tamaños y la casi total ausencia de miedo de sus habitantes solo se pueden dar en lugares realmente vírgenes, en los que casi nunca se ha dado la presencia humana.

Mientras Jose Carlos y Hugo desayunaban me acerqué a nado a la orilla, distraído haciendo fotos y contemplando aquel regalo divino. Al atravesar la rompiente una ola me hizo efecto lavadora y sufrí un pequeño revolcón sobre el arrecife, sin más consecuencias que un par de magulladuras. Di una vuelta por la playa, y mientras regresaba, tranquilamente embelesado con mis cosas, vi pasar de reojo una sombra que no me gustó nada.

Me giré y me di cuenta que podía empezar a tener problemas, un tiburón de metro y medio, en este caso un jaquetón gris, potencialmente peligroso, no paraba de dar vueltas a mi alrededor. Me preocupé porque, a pesar de que es muy difícil que un tiburón te ataque, en este caso yo tenía sangre en mis heridas recién hechas, ellos pueden oler una gota a un kilómetro de distancia, y es algo que les vuelve agresivos.

No es buena idea escapar corriendo de un depredador que duda de lo que eres, eso le confirmaría que eres una presa y la probabilidad de ataque aumenta, así que seguí nadando hacia el barco tranquilamente, eso sí, sin quitarle ojo y listo para defenderme con el cuchillo en caso de necesidad.

Los círculos que daba a mi alrededor se iban estrechando, hasta que llegó un momento en el que hizo su primer intento, se dirigió en línea recta hacia mí, cuando estaba a la distancia apropiada le di un aletazo con todas mis fuerzas en el hocico, esto lo volvió a alejar.

Seguí nadando, aunque tras este último comportamiento reconozco que sentí miedo, y eso me preocupaba más, porque se dice que son capaces de oler tu adrenalina, y a su vez les vuelve más agresivos todavía.

Cuando me quedaban 50 metros para llegar al barco hizo un segundo intento, esta vez más decidido, hasta el punto que le di una patada casi más que un aletazo, me estaba investigando, si me hubiese querido morder me habría destrozado. Por si acaso mejor no esperar a una tercera, igual era la definitiva, tras comprobar que yo era un ser muy inferior a él en el agua. Pude llegar al barco sin problemas, pero me impresionó verlo pasar justo por debajo en cuanto subí los pies a cubierta. No es una sensación agradable sentirse presa de un ser superior, es la primera vez que me he sentido seriamente amenazado por un tiburón, y es extraño, porque en contra de la creencia popular suelen ser inofensivos, sus ataques suelen ser más bien consecuencia de errores (te confunden con otra cosa).

La naturaleza salvaje, además de bonita, también puede ser peligrosa, y aquí la selección natural no se anda con bromas, a partir de ahora bucearemos en grupo y por si acaso listos con fusil submarino y una especie de lanza que vamos a fabricar con una flecha, pero eso no va a impedir que dejemos de disfrutar del fondo de estos mares.

A última hora de la mañana planeamos tratar de acceder al lagoon interior. Más tarde comprobaríamos que era imposible, pero como no lo sabíamos, conseguimos entrar. Rodeando el atolón buscamos un supuesto paso, pero la rompiente era durísima. Jose Carlos se acercó a nado mientras yo pilotaba la lancha. Iba a ser un auténtico numerito de circo, había que atravesar la rompiente a toda velocidad sobre una ola, pero pararse justo antes de la zona de arrecife, en la que cubría menos de 20 cm, todo esto sin estamparnos contra las rocas, y acto seguido lanzarnos al agua para aproar la auxiliar y alejarnos corriendo hacia adentro antes de que llegara la siguiente ola. No me preguntéis como, pero salió bien, eso sí creo que nunca más volvería a intentarlo, no hay que jugar tanto con la suerte.

Luego tuvimos que arrastrar la lancha durante unos 200 metros de aguas por el tobillo, plagadas de erizos enormes, cuya consistencia comprobé con uno de mis pies. Tras el esfuerzo llegó la recompensa, el lagoon (lago interior del atolón), de aguas azuladas y tranquilas, era espectacular. Recorrimos una parte en lacha y otra caminando por la playa, donde los pájaros, para los que también debíamos ser una novedad, se aproximaban hasta casi tocarnos.

La nota negativa vino cuando andábamos por la playa que da al exterior del lado de barlovento, vimos un terrible espectáculo, multitud de boyas, botellas, cabos, restos de redes, etc. que habían sido arrojados al mar y encallado en la isla. En ese momento me avergoncé de ser un hombre, me entraron ganas de llorar, ¿cómo podemos ser capaces? Ni en una isla desierta y perdida en mitad del océano pacífico nos libramos del yugo de la contaminación y algunos desaprensivos que arrojan cosas al mar como si en su inmensidad se fueran a perder, nada más lejos de la realidad, acaban en los lugares más insospechados.

Durante el paseo por la costa vimos que había un montón de cangrejos enormes (tipo jaibas), también ermitaños, así que recolectamos unos pocos para preparar un arros-en-carrancs o arros brut, en función de la parte del Mediterráneo desde la que se lo denomine.

Cuando vimos que el sol estaba ya bajo regresamos al barco, es importante para poder distinguir rocas y arrecifes bajo el agua. La salida del lagoon fue más fácil que la entrada, esperamos desde el borde de la rompiente a que se diera el momento adecuado y aceleramos a toda la velocidad que nos permitía nuestro pequeño fueraborda de 8 CV.

La puesta de sol desde el barco fue un excelente colofón de la jornada, no os la describo, la veréis en las fotos, preciosa. Cenamos el arroz (sabrosísimo, los bichos con más carne de la que parecía) y prácticamente caímos rendidos, agotados de un día sin descanso.

En principio nos quedaremos un día más aquí, os seguiré hablando de nuestro paraíso particular.

Sed felices.

Kike

4 Responses to “Días 833 y 834 (25 y 26/2/2012): Ducie o el paraíso perdido…”

  1. Daniel dice:

    Tienes razón en lo que respecta a la contaminación, los humanos no respetamos la naturaleza. Un abrazo.

  2. jose manuel (primo) dice:

    Primo, la experiencia del tiburon ha sido bastante peligrosa y tensa, con una ya sobra , asi que esperemos que no la vuelvas a sentir…
    NOTA: sobre los restos que habian encallado en la isla, tienes razon, es vergonzoso.

  3. Anabel dice:

    La experiencia del tiburón tuvo que ser adrenalina pura, pero no obviemos la peligrosidad del momento. Así que id con cuidado, porque hay veces que nos puede más la aventura que la precaución. Además, que quieres que te diga, egoistamente, os necesitamos vivitos, para poder seguir disfrutando de esta Super Aventura!!

  4. fernando dice:

    haberle arreado con la «jarcia» en vez de con el pie…….

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