Durante la madrugada del día 15 arribábamos a la costa de Sal, la isla del archipiélago de Cabo Verde situada en su extremo Noreste. Ante la oscuridad de la noche, y los posibles errores en la cartografía, decidimos fondear para esperar la luz del día en la bahía de Mordeira, amplia y bien abrigada de los vientos predominantes. Después de más de 15 días de navegación, con guardias cada 4 horas, poder dormir algunas horas seguidas fue un auténtico lujo, hay veces que uno no necesita mucho para sentirse bien.
Por la mañana, el paisaje que nos envolvía me dejó estupefacto, la isla es una superficie plana, yerma, estéril… Únicamente algunos montículos piramidales, con formas suavizadas por la erosión y de apenas unos centenares de metros de altura, destacan sobre la llanura desértica. Al igual que el color azul se impone en el agua, el marrón lo hace en tierra, apenas se es capaz de distinguir algún matorral verde que rompa con el predominio de la roca volcánica, que en ausencia de precipitaciones, la vida no logró conquistar.
Posteriormente nos desplazamos a Palmeira, un pequeño pueblo de pescadores en el que se ubica el único puerto de la isla, que más bien es un modesto espigón capaz de acoger a cargueros de escasa talla, sin embargo es la principal vía de aprovisionamiento, ya que aquí prácticamente se importa todo, no hay cultivo, ganadería o producción.
En la bahía de Palmeira encontramos un buen número de veleros fondeados, es una parada estratégica en el camino entre Europa y El Caribe o Brasil, la última antes de cruzar el Atlántico, a partir de aquí se arrumba directamente al destino establecido al otro lado del Océano, ya que se encuentra en una latitud en que los vientos Alisios suelen estar bien establecidos.
Hablamos con varios de ellos para ver que tal travesía habían tenido desde Canarias, todos coincidieron en que viento fuerte y mar dura. Llevándolos a favor no ha sido fácil, cuando se enteran de que nosotros lo haremos al revés, con viento y mar en contra, nadie se cambiaría por nosotros, yo tampoco lo haría… Su mirada refleja el escepticismo del que sabe que por delante tendremos un reto importante, pero las alternativas son demasiado largas, en tiempo y en distancia, asumimos que la última gran travesía oceánica antes de volver a casa no será un paseo, pero creemos que se puede hacer.
El ambiente de Palmeira es tranquilo, nada turístico, los niños corren para ayudarnos a atar la auxiliar cuando llegamos al muelle, la gente se concentra en torno al puerto para recibir las capturas de las pequeñas lanchas de pesca y observar como las limpian, las mujeres se afanan en las tareas domésticas con las puertas de las humildes casas abiertas, todo transcurre a un ritmo pausado, como comprobaríamos posteriormente, uno de los lemas de la isla.
En Sal tenía prevista la visita de mis amigos Daniel de Suiza y Carlos de Valencia. Daniel llegó al día siguiente, un par de días más tarde aterrizaba Carlos con un bonito regalo. Mientras esperaba frente a la puerta de llegadas del aeropuerto divisé al fondo a tres personas con camisetas naranja, en broma le dije a Daniel: «mira, esos tres van vestidos de Aventura Oceánica». Pero al segundo de haberlo dicho, y a pesar de la distancia, reconocí que era verdad, Carlos venía acompañado por otros dos buenos amigos, Miguel y Rafa, no sabía nada, lo habían llevado en secreto para darme una sorpresa, y os aseguro que lo consiguieron… El arrebato de emoción fue tan grande que no pude contenerme y me lancé corriendo dentro de la zona restringida, pasé tan rápido ante los guardias de seguridad del control que no pudieron ni articular palabra, al vernos luego fundidos en un incesante abrazo lleno de emoción supongo que pensaron que lo mejor era hacer una excepción y esperar a que saliéramos tranquilamente.
Si, sé que soy afortunado por tener los amigos que tengo, y que a pesar de las dificultades decidieron venir para estar conmigo durante la última escala antes de España. Cuidado, que no me olvido de los que habrían querido estar allí pero les fue imposible, los que me han acompañado en otras ocasiones o a los que sus circunstancias no se lo permiten. Dicen que quien tiene un amigo tiene un tesoro, en ese sentido me puedo considerar inmensamente rico, siempre han estado ahí, siempre me han animado y apoyado, a pesar de la distancia y del tiempo.
Estos días han sido un cúmulo de bromas y risas, de puestas al día, de conversaciones más o menos trascendentales y de momentos de amistad, aunque a decir verdad, han sido días intensos que hemos aprovechado bien, no hemos parado.
Hemos alternado el fondeo en calas, buceo o snorkel con la visita a los pueblos o escasos puntos de interés que hay en Sal, daba igual, lo importante era la compañía.
Las salinas dan nombre a Sal, en Pedra de Lume se encuentran los vestigios de unas salinas naturales explotadas comercialmente hasta mediados de los años 70 del siglo pasado. Cuando los portugueses descubrieron Cabo Verde, en 1.460, las islas estaban deshabitadas, sin embargo existen diversas pruebas que apuntan a que navegantes árabes y fenicios habían visitado mucho antes las salinas de Sal para aprovisionarse de lo que en la época era una apreciadísima mercancía.
En el interior de un antiguo cráter volcánico el agua salada brota del subsuelo, la evaporación hace el resto, dejando en su lecho un conjunto de piscinas blancas y rosáceas a medida que la sal se va concentrando. Como testigos del paso del tiempo quedan en pie un conjunto de torres de madera construidas a principios del siglo XIX mediante las que se transportaba la producción hacia la bahía costera próxima en la que se embarcaba.
En el Noroeste de la isla se encuentra Buracona, un complejo natural con piscinas de agua salada y cuevas inundadas. Allí encontramos una gran poza al abrigo de una gruta con esplendidas vistas al mar, disfrutamos de un baño de aguas cristalinas y del cálido sol como si fuéramos los únicos habitantes del planeta.
La zona turística se encuentra al Sur, en las proximidades de la localidad de Santa María. Una larguísima playa de arena ocre rodea toda la costa, la parte protegida hace las delicias de los que buscan tostarse al sol, sombrillas, toallas y gente bañándose conforman un paisaje veraniego; por el contrario el extremo Este, situado a barlovento, es un codiciado punto para windsurfistas y kitesurfistas.
En nuestro día a día hemos tratado de vivir la experiencia local, moviéndonos con sus medios de transporte colectivos y huyendo de lo más turístico. Una buena idea para acercarnos un poco más a cómo viven los caboverdianos fue organizar una cena en casa de una familia de Palmeira, una bonita experiencia en la que fuimos tratados con la sencillez y cercanía que caracteriza este pueblo. En cualquier caso, me alegré de comprobar que pese a la humildad generalizada de una isla sin apenas recursos, no existe la pobreza de otros países africanos, no hay chabolas, gente hambrienta o mendigos por doquier.
Cabo Verde tiene su ritmo, y eso es algo a lo que uno se acostumbra rápidamente, de hecho la mayoría de comercios tienen escritas las palabras «no stress» en sus fachadas, y os puedo asegurar que conocimos a algunos auténticos maestros del «no stress» durante nuestra estancia.
El idioma también generó más de una situación bastante cómica, aunque entre los nativos hablan una lengua criolla, el portugués es el idioma oficial, el subconsciente traicionaba en más de una ocasión a los recién llegados y el resultado a la hora de expresarse era una mezcla de italiano, castellano o valenciano, ante lo cual estallaba la carcajada general que apostillábamos con la coletilla: «dicho en perfecto caboverdiano…».
Pero el tiempo pasa rápido, sobre todo cuando estas a gusto, y llegó el momento de las despedidas, unos tenían que regresar a sus obligaciones cotidianas, y el Bahari debía continuar su largo camino hacia la Península Ibérica. Antes de partir nos ayudaron a todas las tareas logísticas y preparatorias, es increíble lo fácil y rápido que sale todo con tantas manos amigas ayudando.
Durante el camino de regreso del aeropuerto, a punto de embarcar ya rumbo a Cádiz, por mi mente desfilaban las imágenes de tan buenos momentos compartidos, la amistad es un valor muy importante en la vida, vale la pena cuidarla y esforzarse por ella.
Sed felices
Kike
Es de agradecer el tener los amigos que tienes, en estas ocasiones distingues los que lo son de verdad y como dices muchos quisieran estar acompañándote y por sus obligaciones no pueden. A tu llegada a Valencia, ya disfrutaras de ellos.Un abrazo
muy emotivo el relato de hoy y nos alegramos mucho de que tengas estas sorpresas, que como bien dices hace que se valore un bien muy preciado que es la amistad